jueves, 26 de junio de 2014

Amor en Oferta

Amor en Oferta

Eran pasadas las 6:30 pm y José no había llegado, entendía que ella se retrasara pero mi ansiedad estaba llegando al límite y no tenía el coraje necesario para entrar sola a aquella tienda, además ella siempre ha conocido mis gustos y que apruebe lo que elijo me hacía sentir segura.

Tampoco iba a comprar un simple vestido, no, era el hombre con el que iba a pasar el resto de mi vida y tenía que escoger uno bueno acorde a mi presupuesto.

Cuando mi paciencia rosaba su límite, en la esquina de esas caras y no tan sabrosas nieves, se vislumbraba mi amiga atolondrada que casi se llevaba a un viejito entre sus pasos inseguros. Gracias a Dios siempre me recibía con una sonrisa y eso solía tranquilizar mis descontentos por sus retrasos. Saludó rápidamente y se disculpó, como siempre, por su tardanza. La encomienda estaba hecha. Hoy compraría a mi novio y tenía varios centavos ahorrados tras meses de sacrificios, no cafés, no nieves, no cenas, no lujosos restaurantes, no ropa nueva, no manicura y por supuesto no libros. Hasta ella había aportado un poco con sus ahorros para que pudiera comprarme lo mejor que se alcanzara.

La tienda no estaba demasiado lejos del punto de reunión, así que caminamos hacia ella sin intromisiones.
La entrada era parecida al Bar de moda en mi ciudad, muy moderna, con luces que te hacían pensar que no se ocultaba el sol nunca y tres bellos modelos de hombres exhibiéndose en el aparador, pero parecían un poco comunes y, aunque no hay que juzgar un libro por su portada, quería pagar por algo que me llamase la atención en todos los sentidos.

Así que entramos con el objetivo de encontrarme el amor. La señorita que nos intercepto era bastante amable, pero la pobre se veía algo cansada, con la demanda que había tenido la tienda de Distribución y Manejo de Hombres Perfectos, la entendía bien. Prontamente le indique lo que buscaba físicamente y nos llevó a la sección de morenitos.
Sólo un tonto diría que no existe racismo hoy en día, mis queridos modelos morenitos estaban hasta el fondo con un poco menos de elegancia que el 70 % de la tienda atiborrada de hombres blancos de precios exorbitantes que eran casi un delito.

En cuanto me encontré en la sección indicada empecé la búsqueda en el primer perchero; los prospectos estaban colgados en presentación mini para ahorrar espacio, pero lo que era realmente sorprendente era la variedad con la que contaba el establecimiento: morenitos altos, bajos, delgados, abogados, doctores, ingenieros, católicos, ateos, budistas, peruanos, mexicanos, cubanos, ingleses, españoles, serios, graciosos, futbolistas, flojonazos, cinéfilos, tenían absolutamente de todo, y aunque por desgracia no podías apilar características de unos en otros, hubo varios que me agradaron casi lo suficiente como para encenderlos.

Así me pasé, perdón, así nos pasamos un rato, recorriendo perchero por perchero toda la sección, hasta que finalmente José y yo coincidimos con un prospecto.

Alejandro. 1.83mts, 24 años, Ingeniero en metalurgia, colombiano, apasionado futbolista, apartidista, creyente en la vida, divertido y relajado.

Era tan prometedor que decidí pedirle a la dependienta que lo prendiera un momento. Su voz mató mis ganas de comprar hasta agua. Parecía estar hablando con mi hermano de 12 y la tarjeta que colgaba de su brazo jamás mencionó su marcada tendencia a ser un egocéntrico de mierda.
Lo apagué sin preguntar más.

Seguí rebuscando en los aparadores y prendiendo uno que otro hombre que se viera interesante o que tuviera alguna cualidad que me cautivara en su pequeña tarjeta. No llegó. Casi decepcionada, decidí que no era mi día para buscar y pensé en retirarnos por ahora, aunque José se veía muy emocionada con un niño que, no sé si lo hizo consiente o inconscientemente, era inmensamente parecido al que ella ya tenía y que, por supuesto, amaba con locura, pero eran tantas sus ganas de encontrarme el amor que pensó que tal vez nos funcionara igual a ambas.

No quise contradecirla así que lo prendí para ver que tal nos iba y aunque Rafael era un tipo interesante, agradable y sincero me parecía más como mi amigo que como mi entero amor.

Un poco fastidiada de aquella Odisea quise retirarme, pero simultaneo a mi pensamiento de huida, mis ojos se toparon con una mediana sonrisa coqueta que brillaba en la esquina del último aparador de la última sección del último piso. Era un modelo en descuento, con una etiqueta roja que marcaba sus condiciones internas. Le pregunte a la señorita que qué tenía de malo el tipo aquel, a lo que ella contestó que era un modelo pasado de moda, con defectos en las palmas de las manos y uno que otra cicatriz y que, al ya no ser popular, la tienda lo estaba rematando. Fueron flores a mis oídos. Lo quería, todo él, con las cicatrices de su brazos y las palmas maltratadas.
Viéndome tan balbuceantemente interesada, el espíritu comerciante que había en la dependienta revivió y encendió al hombre para una demostración.

Se llamaba Gabriel. 1.76mts,27 años, trabajaba como coordinador de una industria de ensamble y distribución de traviesas, manos ásperas, voz de enfisema pulmonar, cruelmente sarcástico, lector incesable de las penas así como brutalmente honesto y como plus una sonrisa malvada de medio lado que hacía marcar sus gestos.

Después de una charla de prueba miré el precio, podría haber costado millones y yo hubiera empeñado mis riñones para pagarlo pero costaba con pesos y centavos el presupuesto que tenía.

“Señorita lo quiero para llevar por favor”. La mujercilla algo sorprendida me advirtió que su garantía era solo de un año y que pasado eso no habría marcha atrás, y yo quería decirle que si no era 2x1 para llevarme otro por si este se me acababa, pero me mencionó que era único en existencia.


José seguía pensando en aquel robusto pecoso de la sala 3 hasta que la desperté de su trance con un “Es igualito al que tienes”, a lo cual reflexionó y terminó rompiendo en carcajadas. Tomé a mi Gabriel del gancho y salí de la tienda con la sonrisa más grande posible. Había encontrado el amor a mitad de precio en la esquina del último aparador de la última sección del último piso, con sonrisa malvada y me quedaba una vida para contarle como nos conocimos.