Igual tengo que dejar de pelear con este sentimiento, hacer
las paces, dejar de traerlo en las madrugadas de videos y búsquedas de frases
de películas.
Igual y debemos coincidir, debería dejarlo vivir en la
crueldad para verlo morir lentamente.
Igual y nos dejamos de conflictos, acepto que te quiero y ya
no ando con tantas pen… dejadas; igual me beso los días y me verso las noches.
También existe la posibilidad que me entierre en el
atardecer de mis deseos y me pierda por
un rato, un ratito no ‘más, para recuperar la conciencia. Me doblo la dignidad
en una bolsita y me la guardo, para que no ande arruinado los finales felices.
Y es que raya en lo insano intentar no quererte cuando haces
que se me olvide mi nombre y ¡vaya que me gusta mi nombre! Me haces querer
dejar de ser yo para ser de alguien. Tuya. Horriblemente con posesivo porque, ¡vamos! sí que sabemos de ser posesivos.
Pero mientras me canso de pelear, mientras me decido,
mientras siga en mi pose de quererme a mí misma, dejaré un luz que indique que
esto no muere hasta que lo matas.
Observemos las posibilidades.
La posibilidad de que cambies está descartada, perdona mi
poca fe. Llamémosla experiencia.
Descartemos también el hecho de que yo cambie y nombrémoslo
como terquedad.
Entre tantas bajas solo nos queda la guerra, esa sin
soldados ni armas, una guerra en que ni tú ni yo aflojamos nada, una guerra de
necedades, esa necedad de no ser el uno para el otro.
Y aunque fueras alguien más y yo otro ser, igual y nos amábamos
o igual y no.
Mientras tanto ¡que viva la guerra!, esa que nos mantiene
juntos, jugando en la línea, bailando con los pies listos para cruzarla, con
las almas en pequeños leotardos de gimnasia.
¿Y si te dejo ganar? ¿Y si pierdo? ¿Qué gano si te pierdo?