miércoles, 5 de julio de 2017

Sobre las amistades largas y malintencionadas.

En la última instancia y buscando su lugar seguro ella lo llamó, en domingo, en la mañana, el pánico de que esa llamara no fuera contestada le había impedido llamarlo tantas otras veces. 
Él contestó, sonaba dormido y ella solo tuvo fuerzas para decirle que fuera a su casa, y aunque él no era de los que va de la nada, su voz era casi un hilo, lo que lo hizo pensar que algo muy malo había pasado. 
Cuando él llegó ella estaba afuera esperándolo, como siempre, despeinada y roja de la cara, con aspecto de no haber dormido, con aspecto de estar llevándosela la chingada. Subió al carro y volteo a verlo esperando no romper en llanto. 
Ella lloraba irremediablemente y  se llevaba las manos a la cara para cubrir los gestos de tristeza, él entró en pánico, nunca la había visto llorar así, desconsoladamente y tan débil, él pensaba en ella como la que siempre peleaba en una discusión, como la que se iba enojada, como la que mentaba la madre, no como la que se rendía a llorar.-¿Qué tienes?- dijo él tratando de no perder la costumbre de ser hombre.
-Nada- dijo ella para no perder la costumbre de ser mujer.
-Caray,  ya no llores, tranquila, ¿dime que tienes? ¿por qué me hablaste?
-Te necesito – salieron las palabras como si hubieran estado guardadas ahí desde siempre.
-Pero yo…
-Me siento fatal, ya no quiero nada, solo quiero desaparecer – por primera vez en una conversación a ella no le interesaba conocer que pensaba él, no le importaba, las conversaciones siempre eran de él incluso cuando él no estaba, pero en esta única vez ella no lloraba por él, ella lloraba por ese otro único hombre que la destruía siempre.
-No quiero contártelo, no importa solo vámonos.- Ella lo miró esperando que la obedeciera y él solo arrancó para evitarse el “¿a dónde?” y la llevó a un lugar viejo y conocido, de esos a donde terminaban andando sin motivo alguno, era tan suyo que si tuvieran que manejar hacia ningún lado llevados únicamente por la inercia, terminarían ahí. 
Ella comenzó a decirle por que lloraba y a él le parecía tonto que todo fuera por el problema de siempre de ella, ese que no enfrenta y del que no habla sin llorar.-No sé qué decirte- dijo honestamente
-No te quiero para que me aconsejes-dijo sintiendo que recobraba la cordura de la coherencia de sus palabras.
- ¿Entonces? ¿solo querías hablar?
-No, yo puedo hablar sola, pero es que necesitaba un abrazo y contigo no me siento débil, contigo puedo ser la que pierde.
-Él no vale la pena.
-Lo sé.
-Ni llorar por él vale la pena.
-Lo sé.
-Entonces ¿por qué lloras?
-Porque soy tonta.
-Pendeja.
-Jajajajaja, podría ser más apropiado.
-Te extraño – se le salió casi sin querer
-Ya me hacía falta verte, extraño tus abrazos.
-Ósea ¿no me extrañas a mí?
-No extraño a tu boca- ella se refería a lo que salía de ella pero él siempre estaba a la defensiva por el falso amor que él creía que ella le tenía así que él se tensó de inmediato.
-No por los besos- dijo ella al entender su tensión- explícame ¿cómo es posible que en serio sigas pensando que te quiero de “esa manera”?.
-Es que tú eres rara y celosa y odias a mis novias.
-Tu eres raro, eres celoso posesivo y no tengo novio al que puedas odiar pero igual si tuviera uno, lo odiarías.
-¿Porque lo odiaría?
-Pues porque te roba mi atención, además te tendría que hablar a las 3 am para contarte que me pelee con él y él te odiaría por que vería esa llamada a las 3 am y no entendería porque hablamos borrachos en las madrugadas.
-Qué bueno que no tienes novio.
-Qué mal que no pueda decir lo mismo de ti.
Ella no quería a sus novias, no a todas, pero en general eran nefastas. Él era nefasto así que no podía exigir algo mejor para él. Pero aun siendo la peor persona del mundo, él era su persona nefasta favorita en el mundo.
El abrazo duro mil años, o 3 segundos, daría igual.
Ella le beso el pecho y lo apretó para respirar de él. Se le escapó un te quiero y él solo la apretó más.-No deberías quererme – soltó con tono de desaprobación.
-No deberíamos estar aquí pero igual estamos así que no vengas con sermones del bien y el mal.
-Yo también te quiero.
-No lo digas si no lo sientes.
-¡Ah!, ¿por qué tú nunca me crees?
-¿Experiencia?
- Si no te quisiera no hubiera ido por ti.
-¡Fuiste por mí porque pensaste que estaba muy mal!
- ¡¡¡¡Estabas muy mal!!!!- dijo como si aquello fuera más que obvio.
-Pero una parte de ti no quería ir porque odias lidiar con migo.
-No es cierto, te extrañaba y por eso fui.
-Ósea que ¿ya no me extrañas?
-Estas aquí con migo, ¿cómo podría extrañarte?
-Yo te estoy extrañando.
-Es que tú eres rara.-Y posesiva - se dijo a si misma
-Y celosa- agregó él.
-Y odio a tus novias- concluyó ella.
La conversación murió como a las 12 am, cuando ella ya moría de frío y él tenía que regresar para seguir con todo lo que se hace los domingos.-Pues llámame más seguido.
-Pues contesta siempre que llamé- dijo ella como indicando un reclamo.
-Yo siempre te contesto y tú nunca me hablas.
-Es que tengo miedo de que estés ocupado.
-Incluso si lo estuviera te hablaría después.
-Pero no me gusta que no me contestes.
-¡Ay Fernanda supéralo!, pero por lo menos sé que estas mejor, ahora tienes ganas de pelear.
-Tú siempre ganas.
-Tú siempre me haces creer eso.
-

Llévame a mi casa, ya no quiero pelear.

Ella lo abrazó despidiéndose de esa escapada fugaz y le beso la mejilla, él ya no quería sorpresas y le tomó la cara firmemente mientras le decía <<tú siempre ganas>> y le besaba la frente.