Me fumé tus últimos recuerdos. Me hice un cigarro con el
papel de las cartas que te escribí y lo sellé con una lágrima que me había
quedado de todas esas que alguna vez te lloré. Lo prendí con la llama de la
esperanza de que cambiaras y me lo fumé, todo, me fumé lo último que me quedaba
de ti.
Se había acabado todo, incluso yo, o por lo menos la que tú
habías conocido, se acabó todo, incluso tú, o por lo menos aquel al que había
amado. Te fumé y te acabaste y al final solo tiré el filtro y te aplaste con mi
tenis azul.
Te estaba escribiendo y, conociéndome, no sería la última vez, pero
si la última vez que te escribiera queriéndote; te borré hasta de mi celular para
no aprenderme ni tu número, y no tenía más que borrar, lo otro se lo habían
llevado los años y la vida, se había ido todo, incluso la fe, pero lo más
importante es que te habías ido tú, tanto de mi mente como de mi corazón.
Hice
un último recorrido por lo que queda y ya no te encontré, seña de que ya no estabas aquí, y ahí te deje, sentado y lejos, muy lejos de mi.
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