Amor en Oferta
Eran pasadas las 6:30 pm y José no había
llegado, entendía que ella se retrasara pero mi ansiedad estaba llegando al
límite y no tenía el coraje necesario para entrar sola a aquella tienda, además
ella siempre ha conocido mis gustos y que apruebe lo que elijo me hacía sentir
segura.
Tampoco iba a comprar un simple vestido, no,
era el hombre con el que iba a pasar el resto de mi vida y tenía que escoger
uno bueno acorde a mi presupuesto.
Cuando mi paciencia rosaba su límite, en la
esquina de esas caras y no tan sabrosas nieves, se vislumbraba mi amiga
atolondrada que casi se llevaba a un viejito entre sus pasos inseguros. Gracias
a Dios siempre me recibía con una sonrisa y eso solía tranquilizar mis
descontentos por sus retrasos. Saludó rápidamente y se disculpó, como siempre,
por su tardanza. La encomienda estaba hecha. Hoy compraría a mi novio y tenía
varios centavos ahorrados tras meses de sacrificios, no cafés, no nieves, no
cenas, no lujosos restaurantes, no ropa nueva, no manicura y por supuesto no
libros. Hasta ella había aportado un poco con sus ahorros para que pudiera comprarme lo mejor que se alcanzara.
La tienda no estaba demasiado lejos del punto
de reunión, así que caminamos hacia ella sin intromisiones.
La entrada era parecida al Bar de moda en mi
ciudad, muy moderna, con luces que te hacían pensar que no se ocultaba el sol
nunca y tres bellos modelos de hombres exhibiéndose en el aparador, pero
parecían un poco comunes y, aunque no hay que juzgar un libro por su portada,
quería pagar por algo que me llamase la atención en todos los sentidos.
Así que entramos con el objetivo de encontrarme
el amor. La señorita que nos intercepto era bastante amable, pero la pobre se
veía algo cansada, con la demanda que había tenido la tienda de Distribución y
Manejo de Hombres Perfectos, la entendía bien. Prontamente le indique lo que
buscaba físicamente y nos llevó a la sección de morenitos.
Sólo un tonto diría que no existe racismo hoy
en día, mis queridos modelos morenitos estaban hasta el fondo con un poco menos
de elegancia que el 70 % de la tienda atiborrada de hombres blancos de precios
exorbitantes que eran casi un delito.
En cuanto me encontré en la sección indicada
empecé la búsqueda en el primer perchero; los prospectos estaban colgados en
presentación mini para ahorrar espacio, pero lo que era realmente sorprendente
era la variedad con la que contaba el establecimiento: morenitos altos, bajos, delgados,
abogados, doctores, ingenieros, católicos, ateos, budistas, peruanos,
mexicanos, cubanos, ingleses, españoles, serios, graciosos, futbolistas,
flojonazos, cinéfilos, tenían absolutamente de todo, y aunque por desgracia no
podías apilar características de unos en otros, hubo varios que me agradaron
casi lo suficiente como para encenderlos.
Así me pasé, perdón, así nos pasamos un rato,
recorriendo perchero por perchero toda la sección, hasta que finalmente José y
yo coincidimos con un prospecto.
Alejandro. 1.83mts, 24 años,
Ingeniero en metalurgia, colombiano, apasionado futbolista, apartidista, creyente
en la vida, divertido y relajado.
Era tan prometedor que decidí pedirle a
la dependienta que lo prendiera un momento. Su voz mató mis ganas de comprar
hasta agua. Parecía estar hablando con mi hermano de 12 y la tarjeta que
colgaba de su brazo jamás mencionó su marcada tendencia a ser un egocéntrico de
mierda.
Lo apagué sin preguntar más.
Seguí rebuscando en los aparadores y prendiendo
uno que otro hombre que se viera interesante o que tuviera alguna cualidad que
me cautivara en su pequeña tarjeta. No llegó. Casi decepcionada, decidí que no
era mi día para buscar y pensé en retirarnos por ahora, aunque José se veía muy
emocionada con un niño que, no sé si lo hizo consiente o inconscientemente, era
inmensamente parecido al que ella ya tenía y que, por supuesto, amaba con
locura, pero eran tantas sus ganas de encontrarme el amor que pensó que tal vez
nos funcionara igual a ambas.
No quise contradecirla así que lo prendí para
ver que tal nos iba y aunque Rafael era un tipo interesante, agradable y
sincero me parecía más como mi amigo que como mi entero amor.
Un poco fastidiada de aquella Odisea quise
retirarme, pero simultaneo a mi pensamiento de huida, mis ojos se toparon con
una mediana sonrisa coqueta que brillaba en la esquina del último aparador de
la última sección del último piso. Era un modelo en descuento, con una etiqueta
roja que marcaba sus condiciones internas. Le pregunte a la señorita que qué tenía
de malo el tipo aquel, a lo que ella contestó que era un modelo pasado de moda,
con defectos en las palmas de las manos y uno que otra cicatriz y que, al ya no
ser popular, la tienda lo estaba rematando. Fueron flores a mis oídos. Lo
quería, todo él, con las cicatrices de su brazos y las palmas maltratadas.
Viéndome tan balbuceantemente interesada, el
espíritu comerciante que había en la dependienta revivió y encendió al hombre para
una demostración.
Se llamaba Gabriel. 1.76mts,27 años,
trabajaba como coordinador de una industria de ensamble y distribución de
traviesas, manos ásperas, voz de enfisema pulmonar, cruelmente sarcástico, lector
incesable de las penas así como brutalmente honesto y como plus una sonrisa
malvada de medio lado que hacía marcar sus gestos.
Después de una charla de prueba miré el precio,
podría haber costado millones y yo hubiera empeñado mis riñones para pagarlo
pero costaba con pesos y centavos el presupuesto que tenía.
“Señorita lo quiero para llevar por favor”. La
mujercilla algo sorprendida me advirtió que su garantía era solo de un año y
que pasado eso no habría marcha atrás, y yo quería decirle que si no era 2x1
para llevarme otro por si este se me acababa, pero me mencionó que era único en
existencia.
José seguía pensando en aquel robusto pecoso de
la sala 3 hasta que la desperté de su trance con un “Es igualito al que tienes”,
a lo cual reflexionó y terminó rompiendo en carcajadas. Tomé a mi Gabriel del
gancho y salí de la tienda con la sonrisa más grande posible. Había encontrado
el amor a mitad de precio en la esquina del último aparador de la última sección
del último piso, con sonrisa malvada y me quedaba una vida para contarle como nos
conocimos.