Me he tenido que explicar muchas cosas al despertar del día
de hoy; como, por ejemplo: ¿qué hacía dormida abrazándome a mi misma, con la
mano bajo la cara y la otra sosteniéndome por la cintura?
Juro por Diosito santo que pude sentir como estaba ahí,
respirándome en la oreja, oí sus ronquidos y sentí lo áspero de sus eternas
calcetas inseparables de los pies que le da pena mostrar, sentí el calor del
aire que exhala sobre mi cuello y como apoyaba su nariz en lo alto de mi
espalda, sentí como me sujetaba de todos lados y al intentar moverme me
sostenía más cerca de él. Escuche un
“buenos días”, la presión de la cama moviéndose al levantarse, su sonido al
caminar, no quise moverme ni abrir los ojos, tal vez eso lo ahuyentaría, tal
vez, si seguía inmóvil en mi lado de la cama, él se movería sin despertarme de
mi ensueño.
Se sentó para ponerse los zapatos, ese sonido de matraca
para ajustarlos, se oían sus pisadas firmes pero ligeras y aunque no lo estaba
viendo sabía perfecto que traería puesto un pantalón de mezclilla, una playera
negra que dijera Ecoa-sabe qué y un cinturón que se apretaba demás, fajado como
niño de kínder.
Se paró al lado de la cama, se acercó y me dio un beso.
Ahí abrí los ojos.
Lo que seguía no quería escucharlo, se volvía no solo un
sueño si no una ilusión que estaba desechando. El diría algo que nunca pudo
decir de frente y yo escucharía algo que sabía que no era cierto.
Iba a decir te quiero, que mamada.
No tenía permitido mentalmente caer tan bajo en mis propias
alucinaciones, no me daba chance de flaquear emocionalmente, podía extrañarlo,
podía entrar en crisis a las 3 am y volverme un poco loca, tenía permiso de
mentarle la madre a La Florida cada que pasaba por ese triangulito al entrar a
SLP, podía incluso dejar una que otra canción que significara algo, pero no
podía en ningún caso, bajo ninguna circunstancia, imaginar que me quería. Eso
sería lo más bajo de lo bajo. Después de la oda que había hecho en año y cacho
demostrando en cada paso y en cada acción exactamente lo contrario a querer. Me
prohibí ser la señora golpeada que saca al marido de la cárcel porque tal vez
se merecía esos putazos. No podía desbloquearlo, mi Fernanda del pasado borro
cada foto, cada conversación, cada cosa que pudiera contener información de él
de manera que si un día me daba ansiedad no me quedara otra que controlarla.
Que si un día me lo encontraba no iba a ser porque yo lo anduviera buscando.
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