Soy el
Melquiades de mi vida y sé lo que escribo y tengo fe, más fe que un granito de
mostaza para que pase, algún día, lejano o cercano, y es así que lo que me ha
pasado lleva años que ha sido escrito, que las noches que no podía dormir se
transformaban en premoniciones de un futuro. Al final nunca he sabido si yo
escribo algo y luego esto pasa por la inercia de que pase o es que ya viví esta
vida y son solo recuerdos de un futuro que se aproxima.
Vengo a escribir el final
que nunca he podido escribir.
Siento una presión en el
pecho, algo que se me está saliendo de control y el control es mi centro, y me
paro de ahí, te observo agitado, confundido y yo te veo en los ojos con los que
te he visto ya mil años. Con los mismos ojos que te vi la primera vez que me
dijiste “te amo” con la misma mirada que chocó con tu cara cuando te dije que
ya no podía más.
Siempre he creído que mis
ojos te hablan, se ríen, se ponen tristes o se enojan, tus gestos se limitan a
una ceja levantada y una sonrisa que escondes debajo de unas pestañas largas y
oscuras.
Yo hablo sin decirte
palabras, siempre. Y a lo largo de los años me he dado cuenta que si sabes leerme,
y me entiendes, me ves las manos y sabes que tienen ansias de tomarte las tuyas
aunque sean rasposas y descuidadas.
Te veo ahí acostado de
lado, entre que te paras y te resignas y yo estoy de pie, esperando articular
palabras para poderte decir que es que no es que vayamos rápido ni que haya
llegado a este punto antes, es solo que necesito saber qué es esto.
Que si es solo por hoy, no
hay problema, que bien me las arreglo sola y que, si es cada vez que la vida
nos cruce, entonces estaría encantada, que así se lo dejamos al destino y
deslindamos responsabilidades, sólo hay un panorama que me intriga… ¿Esto no es
solo esto? Entonces sí, entro en shock.
Pero me detienen las
palabras en la boca todas esas veces que lo hemos arruinado por ponerle título a
la historia que está pasando, por rotular los recuerdos con restricciones en el
encabezado.
Me ves titubear y piensas
que no quiero estar contigo, lo sé, se levanta tu ceja, se te arrugan los ojos,
tienes miedo de que yo tenga miedo, pero no es así, hace mucho que el miedo se
tomó vacaciones.
Me tiro contigo boca abajo
y me apoyo en los codos, tú te pones viendo al techo y me sientes a tu costado… empiezas a señalar los lunares
que nacieron por exceso de sol sobre mis hombros y ya no puedo más.
¾ Te quiero y
siempre ha sido así, y tal vez así siempre sea. Pero no lo sé, ni lo sabré
nunca. Tal vez estamos destinados a no ser. O tal vez deberíamos dejar de
preocuparnos por eso.
Lo beso y él me sigue, me
dice al oído que no lo piense, justo cuando me muerde el lóbulo de la oreja y
yo por primera vez lo obedezco… porque en realidad no quiero pensarlo y si nos
dura 9 horas o 8 días o 9 meses o 2 años, para mí siempre seremos eternos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario