Hoy sentí algo. Es bueno. Un avance.
Sigue sin haber mucho. Pero algo es mejor que la nada que estaba sintiendo.
Brazos abiertos.
Cada que daba un paso hacia él se levantaban los pelos de su
lomo y adquiría una posición de ataque.
Mi mano temblorosa se extendía en las penumbras con miedo a
ser lastimada por una garra pero en algunas ocasiones era recibida con un
acurruco en su dorso. Podía sentir ambas partes, su comodidad cuando estaba
entre mis manos y una urgencia inminente de irse lejos de mí. Me pregunte a mí
misma si soy yo la que busca los problemas o son ellos los que me encuentran. A
su vez me cuestioné si sabe él ser feliz.
Pero cada vez que yo avanzaba un metro, él retrocedía un
kilómetro.
Tal vez esas preguntas no me correspondían resolverlas, tal
vez estaba harta de perseguir algo que no quería ser alcanzado y no sentía en mí
esa fuerza interna de cazar un oso. No soy de vaivenes infinitos.
Trataba constantemente ocultar mi necesidad de un ser con troncos
como pies, raíces profundas y humanas que volviera verde todo lo seco, que diera
vida a lo olvidado, alguien que corriera con los brazos abiertos hacia mí con
la entera confianza de que estaba decidida a tomar partida en quererlo.
Pero, no era él, no era ahora y sinceramente, no creo que
alguna vez lo fuera a ser.
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