Sé que me ves.
Y cuando estaba distraída él venía y me
observaba, no decía nada, como siempre,Solo calla.
Yo nunca le decía nada tampoco, no era
necesario, algunas ocasiones fantaseaba con que lo hacía meramente por
curiosidad, para ver si no había muerto aún, pero la mayoría del tiempo tenía
la certeza de que era únicamente un accidente, un clic que no debió dar.
Los días después de su visita me sentía
ansiosa, consternada, le daba vueltas a las cosas, me preguntaba si vendría
otra vez y si lo hacía ¿cuando sería ese día?, no tenía intención de hablar con él
o cambiar algo, tampoco para cruzar miradas o mandarle una señal de que lo sé:
“ Sé que me ves”. No, era algo más
profundo que el cuchicheo, era mis ansias de saber que sabía de mí. Aunque
fuera por accidente, que alguien le mencionaba mi nombre y que debajo de la
piel sentía un picor muy tolerable, el del anhelo, el anhelo del saber.
Él venía de vez en cuando y jamás me lo encontraba,
así percibía que no nos pensábamos tanto, que la gente que se piensa
se atrae y por lo visto era solo un recuerdo fugaz e intermitente que le traía
un extraño o la casualidad.
No sé qué se siente ser el amor de la vida de
alguien, pensar que alguien te piensa, saber que ella está bien sin ti pero que
tal vez serían mejores juntos. Nunca me ha pasado, nadie me lo ha dicho, nunca
nadie me ha querido así como yo lo hice. Supongo que ese fue un don que yo le
regalé, el saber que incluso en otros tiempos, en donde el mar se secara y las
nubes se tornaran de un rojo carmesí, ambos tomaríamos nuestro lugar, él en mi
corazón y yo en los pliegues de su memoria, ahogada en cosas más importantes
que los recuerdos de un amor desafortunado, pero real, que sabría él, también,
que nunca me quedé con las ganas de decirle que lo quise como al sol, que se lo
dije y se lo demostré millones de veces, que le escribí hasta que me dolieron
las manos y lo pensé hasta que me sangrara la nariz en los mayos calurosos.
Ese era mi regalo para él. El conocimiento de
mi amor.
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