Ni medias
tintas ni medios tintos.
Estaba entre él y el mundo y se atrevía a sostenerme
sin ganas, me abrazaba sin ganas, me besaba sin ganas y me decía “como tú
quieras” para que no tener que enfrentarse a elegir algo, me dejaba ahí volando
en una oración y carecía de valor para decir adiós.
Todo lo
hacía sin ganas, corrijo: todo con respecto a mí lo hacía sin ganas.
No estaba
segura, no me sentía segura de sí era yo el problema. ¿Era él? No tenía la
certeza de la fuente pero si estaba decidida a que no podía seguir siendo un
amor bien mediocre.
Las medias
tintas no me van.
Sobre todo
a mí que me acabo la botella de vino tinto porque a medias se ve triste y no
puedo dejar los cajones abiertos antes de irme a dormir, yo que acomodo las mascarillas
desorganizadas de Bodega Aurrera y tiro los chorros de agua en los vasos.
Las medias
no me van, porque si hago algo lo tengo que hacer con ganas. Yo quiero con
chingos de ganas, con ganas de un beso eterno, con ganas de que me tomen de la
mano sin que pregunte, con ganas de que me dejen de decir “sí, como veas”,
porque platico con ganas y duermo con ganas y como con ganas, yo amo con ganas.
Que estrés
el que te quieran poco, así como por no dejar ir. Así como para matar el tiempo
entre que naces y que te mueres.
Yo que soy fuego y boto llamas de mis manos, que abrazo las
situaciones intempestivamente.
Y me
quieren poquito.
Pues no,
así ni el intento hagan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario