Sin renta
Dije su nombre bajito, como cuando susurras sin
intención de que nadie te escuche, sentí como el peso de mis hombros iban
bajándome los brazos y como acunaba mis manos en mi pecho expuesto, lo tomé con
ambas manos, aún escurría y un hilo rojo teñía el suelo de amor. Lo miré a los
ojos, se lo extendí hasta sus manos titubeantes y le dije:
¾ Ten, es tuyo
¾ Pero no puedo dejarte así, te morirás.
¾ Me crecerá otro, no te preocupes.
Y puse mi corazón en sus manos, de todos modos
en mi pecho no pagaba renta, de todos modos, siempre había sido de él. Pero no
podía seguir ahí. Cuidaría la maceta, pero iba siendo tiempo que sembrara entre
mis pulmones algo menos nocivo que falsas
esperanzas de un futuro que no iba a existir.
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