Leerse a una misma
No es tan sano leerse a una misma. Se vuelve más
crítica y le reviven todas las cosas que sintió al escribirlo.
Por ejemplo, cuando me da la locura de las
madrugadas donde no puedo enviar what’s apps ni mensajes ni nada, yo me leo a mí
misma. Busco cartas viejas, leo las cosas que me pusieron mis compañeros de la
secundaria en mi playera, leo el viejo discurso que dije cuando me gradué. Leo
todo lo que puedo hasta que encuentro algo que me atrape. Leo las cartas viejas
que no entregué y las cartas que son tan nuevas que aún duelen.
Leí unas pocas que le tenía a Voldemort. Oh,
sí, él aún tiene cartas.
No tiene nombre en realidad, pero siempre sé
que se las escribía a él por algún dato curioso que describiera en el nudo
central de la carta. Algo como “me enseñaste a morder” o “el paraguas se cayó porque tenía muchas ganas
de abrazarte”. A veces me pregunto si existe una mujer más loca que haya
escrito tantas cosas para alguien que no le gusta leer.
Supongo que por eso alguna vez se deshizo de
todo y tuvo el descaro de decírmelo. Eso jamás se lo perdonaré, sentí que había
tirado una parte de mí. Una parte que jamás volvería a ver. Desde ese día, cada
vez que le escribí algo hice una copia, una para él y una para mí. Él pensaba
que yo solo le escribía cosas pero no. Todo eso fue mi diario. Mi diario y mi
biografía. Nunca hablo de él. Las cartas siempre son sobre mi (¿se puede ser más
egocentrista?) Siempre le hablo de lo que siento, porque soy la mujer transparente,
la que no le gustan los misterios, la que nada más es así y sin nada más. Soy
todo lo que ves.
Supongo que así con las cosas. Aún hay cartas
inconclusas y otras que no soy capaz de releer porque me apena haber sido tan
pendeja. No es cierto, no me da pena haberlo querido tanto, me da pena que él
supiera que yo lo quería tanto y aun así que hubiera valido madre.
Supongo que así continúan las cosas. Nunca me
compuse. Solo cambie el “él” por el “ellos”.
Para los ojos tenía uno guapo, para las manos
tenía uno suave, para la boca tenía uno que besaba bien, para no extrañar su
perfil tenía un griego, para no extrañar su manera de leerme tenía a Sandra
Castillo y para no extrañarlo a él tenía lo poco que me había dado. Lo rompí en
pedacitos y lo incrusté con amores pasajeros, con esos que sabes que van a morir.
Supongo que así serán las cosas
.
Una yo con muchos años más convencida de que
valió la pena todos mis esfuerzos por ser buena.
Una yo que hace las cosas bien
por todas partes. Una yo sin un él porque ¿para qué quiere uno un tipo que
puede partir en pedazos y repartirlo en 7?
Como Horrocruxes y para eso alguien se tuvo que
morir.
Y fui yo, siete veces, para partirlo y
repartirlo. Para convencerme de que “abandonar
a una persona no es lo peor que se le puede hacer, puede parecer doloroso pero
no tiene porqué ser una tragedia. Si uno no dejase nunca a nada y a nadie no
tendría espacio para lo nuevo”
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