lunes, 26 de febrero de 2018

Leerse a una misma 24/28


Leerse a una misma

No es tan sano leerse a una misma. Se vuelve más crítica y le reviven todas las cosas que sintió al escribirlo.

Por ejemplo, cuando me da la locura de las madrugadas donde no puedo enviar what’s apps ni mensajes ni nada, yo me leo a mí misma. Busco cartas viejas, leo las cosas que me pusieron mis compañeros de la secundaria en mi playera, leo el viejo discurso que dije cuando me gradué. Leo todo lo que puedo hasta que encuentro algo que me atrape. Leo las cartas viejas que no entregué y las cartas que son tan nuevas que aún duelen.

Leí unas pocas que le tenía a Voldemort. Oh, sí, él aún tiene cartas.

No tiene nombre en realidad, pero siempre sé que se las escribía a él por algún dato curioso que describiera en el nudo central de la carta. Algo como “me enseñaste a morder” o  “el paraguas se cayó porque tenía muchas ganas de abrazarte”. A veces me pregunto si existe una mujer más loca que haya escrito tantas cosas para alguien que no le gusta leer.

Supongo que por eso alguna vez se deshizo de todo y tuvo el descaro de decírmelo. Eso jamás se lo perdonaré, sentí que había tirado una parte de mí. Una parte que jamás volvería a ver. Desde ese día, cada vez que le escribí algo hice una copia, una para él y una para mí. Él pensaba que yo solo le escribía cosas pero no. Todo eso fue mi diario. Mi diario y mi biografía. Nunca hablo de él. Las cartas siempre son sobre mi (¿se puede ser más egocentrista?) Siempre le hablo de lo que siento, porque soy la mujer transparente, la que no le gustan los misterios, la que nada más es así y sin nada más. Soy todo lo que ves.

Supongo que así con las cosas. Aún hay cartas inconclusas y otras que no soy capaz de releer porque me apena haber sido tan pendeja. No es cierto, no me da pena haberlo querido tanto, me da pena que él supiera que yo lo quería tanto y aun así que hubiera valido madre.

Supongo que así continúan las cosas. Nunca me compuse. Solo cambie el “él” por el “ellos”.

Para los ojos tenía uno guapo, para las manos tenía uno suave, para la boca tenía uno que besaba bien, para no extrañar su perfil tenía un griego, para no extrañar su manera de leerme tenía a Sandra Castillo y para no extrañarlo a él tenía lo poco que me había dado. Lo rompí en pedacitos y lo incrusté con amores pasajeros, con esos que sabes que van a morir. 

Supongo que así serán las cosas
.
Una yo con muchos años más convencida de que valió la pena todos mis esfuerzos por ser buena.

Una yo que hace las cosas bien por todas partes. Una yo sin un él porque ¿para qué quiere uno un tipo que puede partir en pedazos y repartirlo en 7?

Como Horrocruxes y para eso alguien se tuvo que morir.

Y fui yo, siete veces, para partirlo y repartirlo. Para convencerme de que “abandonar a una persona no es lo peor que se le puede hacer, puede parecer doloroso pero no tiene porqué ser una tragedia. Si uno no dejase nunca a nada y a nadie no tendría espacio para lo nuevo”

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