Y no verlo no era tan malo.
Pero estaba ocupado, otra vez y yo me dormiría
pensando en él, otra vez.
Tomé conciencia de lo ridícula que me ponía
cuando las cosas no salían como quería y entonces entraba en razón, otra vez.
No se llaman coincidencias, son diosidencias y al parecer Dios es el principal actor en
todo este drama, nadie puede verse, ni tocarse, ni pagar esos regalos
pendientes, porque no se puede y ya.
Todo nos sale mal y ya.
No lo veo y ya.
Y no me siente a lamentarme, ni hago
berrinches, principalmente por que ya estoy grandecita, pero también porque no
tengo derecho alguno a hacerlo, e incluso si lo tuviera, ya soy muy mayor como
para juzgar sus ocupaciones cuando yo misma estoy ocupada casi todo el día.
Ojalá todo esto me sirviera para no pensarlo,
pero no se puede, porque toda la lógica
del mundo no logra quitarme el entumecimiento de las manos, los ojos
entrecerrados que le luchan al sueño y el sabor a derrota que se pasea por mi
boca.
No verlo no es tan malo, pero como quisiera
romper esta racha de desencuentros y fallas.
No verlo no es tan malo, pero tampoco bueno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario