Los funerales de la fe.
¾ Te dije que no vinieras- soltó él
con aire de reclamo.
¾ Me pareció más una sugerencia que una restricción-se excusó ella
decidida a quedarse.
¾ Fernanda no tienes nada que hacer
aquí, tu misma lo dijiste ¿te acuerdas?.
¾ Yo siempre voy a estar, aunque ninguno de los dos lo quiera. Siempre
estaré aquí - se señaló el corazón y con un ágil movimiento recorrió su mano
hacia la cabeza. - perdón, acá.
¾ Tú ya no estás ahí hace bastante.
¾ Como sea, no vine a hacerte más amargo el trago, vengo porque tu mamá me
lo pidió.
¾ Está muerta Fernanda. –Lo dijo como
un grito ahogado pero haciendo énfasis en el hecho de que le molestaba que se
hablara por los muertos.
¾ Me lo dijo antes de su última recaída. Consiguió mi número de no se
dónde y hablamos, tenía miedo de que nadie viniera a
apoyarte, peor, que tu no dejaras que nadie te apoyara. No tienes demasiados amigos ¿cierto?
¾ ¿Ella te llamó?- había genuina
sorpresa en sus ojos.
¾ Sí.
¾ ¿por qué?
¾ -No lo sé, era tu mamá, tú la conocías mejor que yo, yo solo quise
cumplirle lo que pedía, no es de buena educación decirle que no a un enfermo.
¾ De seguro pensó que iba a
necesitarte.
¾ Tu no me necesitas - se señaló la cabeza y arremedando su voz ronca lo
imitó- “hace harto que no estás aquí”
¾ Pero estás- bajó la mirada y la
pausa que había hecho al dolor de la muerte se reanudó, de manera que ella lo vio
más pequeño que nunca, más delgado que nunca y por primera vez desde hace más
de 10 años lo vio llorar.
¾ Ella pensó que aún te amo. –Soltó con un hilo de voz que se perdió en el
te amo. Ahora ambos estaban con la mirada gacha. Ella aún lo amaba, a su forma.
¾ No puedo creer que te recordara.
¾ Gracias- soltó con sarcasmo y una mueca de ofendida se dibujó en su
frente.
¾ ¿Cuántas veces se vieron? ¿2? ¿3?
¾ Creo fueron 2, pero al parecer mi cara de estúpida fue suficiente para
que supiera que estaba enamoradísima de su hijo.
¾ A lo mejor te hablo en delirios, le
daban muy seguido en el final.
¾ Se escuchaba razonable pero no importaba que no me lo hubiera pedido, yo
hubiera venido… eres tu- sintió como el color de sus mejillas explotaba en su
piel- un fiel amigo.- Se quedó un rato en la palabra “amigo” para que él
entendiera que venía en son de paz.
¾ ¿Y yo soy el mentiroso?.
Se hizo el silencio y ella permaneció
callada, le tomó la mano y volteo a ver la mirada perdida y vidriosa de él, sintió
su tristeza, una vez más, abrumándolos, lo abrazó de lado y le besó el cachete
y entonces fue él quien se sintió mal por ella, tenían demasiado tiempo sin
hablarse pero las palabras nunca fueron necesarias para comunicarse entre
ambos.
Ella lo lamentaba, en realidad lo
lamentaba, por que aquella mujer que ese día yacía en medio de la sala, era la
única que creía que se amarían para siempre, y con ella se murió la esperanza
de que así fuera.
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